lunes, 8 de abril de 2013
Resplandor
Silencio no responde
Miedo sólo observa el vacío
Sus ojos revelan la verdad...
La fantasía de colores y flores en un pastizar de alegría...Es una mentira.
El verdadero mundo teñido de negro.
Un mundo donde predomina el dolor, y el reino donde la Bestia domina a sus anchas.
La Bestia guarda bajo llave, en un lugar custodiado por innumerables criaturas asesinas, está mi corazón al cual retine por placer.
Mi corazón le pretenece a la ruinosa Bestia,
que ríe ante mi desgracia.
La busqueda de ello es una campaña inútil que consume mis fuerzas y mi alma.
Con cada paso dado, olvido quien soy.
Una neblina que cubre mis pensamientos al llegar a la vera del custodiado castillo de la perdición.
Soy hija del viento y el sueño.
Hermana de la miseria y la muerte.
Y mi prometido la Bestia.
No sueño, no pienso, no me ilusiono,no tengo sed o hambre.
¿Alguna vez viví realmente?
No.
Solo fantasie con ello. Anhelé poder sentir el calor de alguien conmigo.
El calor de los rayos solares sobre mi esencia.
Fui engendrada para el gusto de la Bestia.
Envidio la vida de los humanos, aunque la desprecio por ser tan vacia e insignificante.
Los dioses no debemos rebajarnos a un nivel tan bajo.
Allí, relamiéndose los labios, la Bestia se complace al verme.
Me brinda el deseo del amor físico, donde nos unimos en un solo cuerpo, una sola alma.
El amor se vuelve muerte.
Con cada caricia se desprende un pedazo de piel.
La sangre gotea, creando un lago inalcanzable y profundo de desesperación.
La Bestia satisfecha lanza un grito desgarrador de placer.
De entre el cielo oscurecido se asoma el resplandor de una nueva era.
Una nueva era del resplandor...
sábado, 6 de abril de 2013
Segundo capítulo de Jauría de Lobos: El comienzo del clan Fenrí
La oscuridad comenzaba a adentrarse en el cielo, que pronto mostró las primeras brillantes estrellas. Gabrielle miraba concentrada por la ventanilla del asiento del copiloto, atenta ante cualquier movimiento extraño.
Arthur manejaba con cuidado por la carretera principal, de reojo observaba a la chica a su lado, comenzaba a sentirse muy a gusto aunque extrañado por la repentina forma de aparecerse en su habitación para pedirle su ayuda. También estaba apenado por haber saltado sobre ella, no sabía cómo disculparse.
Carraspeo la garganta para llamar su atención, pero fue ignorado, aún la joven veía distraída por la ventanilla del automóvil. Volvió a hacerlo y esta vez fue escuchado, ella lo observo con ojos inquietos, casi preocupados.
- Me preguntaba por qué te fuiste de tu casa tan repentinamente.- dijo esperando el silencio.
- Arthur, lo siento por involucrarte en esto pero realmente estoy desesperada, no es la primera vez que me escapo.- entristecida bajo la mirada.- Si quieres me puedes dejar aquí, yo veo donde irme.
- No, no, no. Ya te voy a llevar, no me sentiría bien si te dejará en el medio del camino, en la oscuridad, con hambre y frio. Si me involucraste fue por algo no.- tornó la cara al camino.
- Bueno, necesito la ayuda de alguien y pensé en ti. No entiendo, ¿Por qué me ayudas?- sin dejar de levantar la mirada.
- Me importas…- apenado su cara se volvió roja.- Te vi desesperada y te considero mi amiga, y esto es lo que hacen los amigos.- dijo rápidamente, esperando que la joven no oyera lo anterior.
- Me imagino que así es, te lo agradezco mucho, pero no quiero que te quedes a mi lado cuando lleguemos, vuelve a tu casa, te pagaré cuando tenga suficiente dinero.- no quería deberle a nadie y sobre todo exponer en peligro a alguien ajeno.
- Olvídate del dinero estoy bien, el dinero no lo necesito. Para mí es un placer ayudarte. Entonces, esta no tu primera vez escapando de casa, ¿tus padres son tan horribles?- esperando no ofenderla.
Gabrielle suspiro.
- Bueno, si son horribles además ya soy mayor, quiero hacer mi propia vida y ellos insisten en controlar todo acerca de mí. Estoy desesperada, por eso decidí huir de nuevo, aunque me atrapen de nuevo, pero esta vez no se los voy a dejar tan fácil.- declaró como una promesa.
- ¿Y qué hacen ellos para desesperarte?
- Me dicen con quien tengo que hablar o juntarme. Tú no eres de su simpatía.- sonrió levantando la vista hacia a él.
- ¿En serio?- preocupado.
- Si, en serio. Ellos piensan que tú gustas de mi, que tienes dobles intenciones.- lanzó una carcajada, hacía tiempo que no se reía con ganas.
Arthur se puso muy nervioso, comenzó a sudar y tragaba grueso. Tuvo que concentrarse en el camino porque se estaba saliendo de él. Para su alivio vio el camino de que entraba al bosque a un lado del camino, se adentro en ella, ingresó en él, el bosque era oscuro y amenazante, la luna salió iluminando el pasaje. A pesar de la nieve, el cielo permanecía despejado. Unos kilómetros más adelante, diviso la silueta de una casa pequeña de madera.
Estaciono frente a ella, bajo del carro rodeándolo llegando a la puerta del copiloto, con educación le abrió la puerta a Gabrielle, quien bajando le agradeció, cerrando tras de sí la puerta, se quedo observando la fachada de la vivienda. Arthur buscó en sus bolsillos las llaves, se encamino a la puerta y la abrió.
Entrando a ella, seguido de la joven, prendió las luces, revelando el contenido de la pequeña sala: un sofá pequeño en un rincón cerca de la puerta principal, una mediana librería llena de libros frente a ella, tres puertas una al lado de la otra y una mesa de café en el centro del sitio. Arthur le enseño cada lado de la casa; la primera puerta es el dormitorio, la del centro el baño y la última es la cocina.
La joven se sentó en el sofá contemplando el lugar, mientras Arthur sacó el bolso del carro colocándolo en la habitación, agotado se sentó al lado de ella. Viéndola coloco el brazo derecho sobre los hombros de Gabrielle, que se relajo al sentir el peso.
- Esta es la casa de verano de mi familia, no es muy grande pero es cómoda.
- Es reconfortante, puedo estar aquí por un tiempo, si tu familia no pone objeción.- apenada, comenzó a sentir el cansancio.
- No tienen que enterarse. Además no la necesitaremos hasta verano, y para eso falta mucho.- aclaro.
- Eres muy amable, pero es mejor que vuelvas a tu casa, tu familia debe de estar preocupada.- se levanto quitándose de encima el brazo de Arthur.
- Tiene razón, es mejor que me vaya. No hay comida, pero mañana te puedo traer un poco para toda la semana.- se dirigió a la puerta.
- Muchas gracias, Arthur. Realmente eres un verdadero amigo. Te recompensare. Hasta mañana.- se despidió, acercándose le dio un beso en la mejilla derecha.
Arthur se sonrojo de los pies a la cabeza, temblaba como una hoja. Quiso irse, pero las piernas no le respondieron, con esfuerzo se separo, saliendo por la puerta cerrándola de un portazo.
Gabrielle rió con ganas de nuevo. Decidió dormir temprano, yéndose a la habitación, consiguió una cama pequeña cerca de una ventana de igual tamaño. Bien abrigada con una sabana estirada al límite, con almohadas esponjadas y cubierta intactas esperando ser ocupada por un cuerpo cansado como el de ella.
Quitándose la ropa, a pesar del frio intenso, se metió en las esponjosas sábanas, que calentaron al tacto su piel sensible. Con una almohada entre las piernas-como es costumbre-se acostó boca arriba, prestó atención a la ventana.
Pensaba sobre el posible rescate que tendría a la mañana siguiente, sus padres molestos la castigarían por todo un año, no le dejarían salir de la casa ni le hablarían durante un largo periodo. No era un castigo sino una bendición, no sería una severa sentencia, los vería como unas vacaciones. Lo que si no soportaba es verle la cara a Ludwig, que no dudaba en que saldría a buscarla en cielo y tierra. Tal vez sus padres no le contaran o pidieran ayuda, si eso es el caso no pasaría mucho tiempo en las alas de la libertad.
Ludwig, Ludwig, Ludwig; ese nombre no la agradaba para nada. Lo conocía desde que tiene uso de razón, cuando escasamente contaba con cinco años. Lo vio por primera vez en una reunión de la familia Leroix, ese pretencioso ser la observo atentamente con ojos llenos de misterio; a partir de allí la comenzó a vigilar de muy cerca. Nunca olvido esos vistosos ojos azul claro.
Quedándose dormida pensando en la mañana siguiente, soñó con los feroces ojos azules de Ludwig, que la acechaban en las profundidades del bosque, donde se sentía perdida y vulnerable, fue atacada por las fauces del enorme lobo gris de Ludwig.
Laurence Leroix contemplaba absorto el latoso caminar de su esposa, que murmuraba rabiosa unas palabras de cortesía; esperaba alterada la presencia del poderoso Ludwig. Quien llego en ese instante acompañado de cinco hombres, con aspecto severo se dirigió a Marie con la mano alzada, proporcionándole un fuerte bofetón volteando su cara. Sin remedio y adolorida se inclino frente al corpulento hombre, seguido de Laurence, quien impotente no discutió el recién maltrato a su esposa.
Ludwig Scheidemann se sentó en el sofá irritado, los demás se quedaron de pie vigilando la puerta principal. Con el entrecejo fruncido, acarició el portarretrato de la mesa cercana con la imagen de Gabrielle vestida elegantemente con la mirada perdida.
- Por un tiempo creí que esto había acabado, pero me equivoque o mejor dicho me confié. Ahora tenemos que buscarla por toda la región, me imagino que escapo por culpa de alguien.- mirando a Marie.- ¿Qué tienes para decir?- con voz aterciopelada.
- Es verdad fue mi culpa, tenía razones para discutir con ella, por el bien de ella y el de usted.- dijo mordiendo su labio inferior, aun inclinada.
- Marie, puedes controlar a ejércitos de hombres aguerridos, en cuanto a tu hija eres todo lo contrario.- cerrando sus ojos azul claro.- Pues esta pelea tuya con ella, me ha sacado de mis casillas y no me gusta tener que encárgame de cosas que deben hacer los dos, para eso los puse a cuidar a mi futura esposa y madre de mis hijos.- levantando el tono de voz.
Marie no soporto más la reprimenda, irguiéndose desafió con la mirada a Ludwig. Los hombres en la puerta se pusieron alerta ante cualquier movimiento. Laurence también se puso en forma desafiante detrás de su esposa. El líder abrió los ojos, que se tornaron de un color azul intenso, no se asusto ante la creciente furia de ella, al contrario, se levanto de un salto, quedando cara a cara con Marie. La valentía duro en su cuerpo tan solo un momento, la respiración intimidante de él la hizo retroceder sumisamente, haciendo lo mismo su esposo.
- No voy a soportar alzamientos de esta clase. Se los advierto.- alzando el dedo anular.- Escuchen claramente mis órdenes. Al encontrar a Gabrielle, me la llevaré conmigo a heller Stern y nos casaremos. ¿Está claro?- dijo con autoridad.
- Ella no está preparada todavía.- lo desafió Marie.- Mi hija no está preparada.
- Marie, sabes a veces no entiendo como pude dejarte criar a Gabrielle todos estos años.- acercándose con cautela a ella.
- ¡ES MI HIJA!- grito con todas sus fuerzas, alzando la cara con lágrimas rodándole por las mejillas.- ¡Maldición!
- Sé muy bien que es tu hija y del fallecido Marius, que debe de estar revolcándose en su tumba, por la manera en que estas llevando la crianza de Gabrielle. Tan solo eras una niña cuando la tuviste, debí habérmela llevado el día en que nació y dársela a mi madre.- tomó con la yema de los dedos el mentón de Marie, acerco la cara a la suya, y de un solo golpe la hizo caer al otro lado de la sala, destrozando la mesa y los platos de adorno.
Laurence salió disparado en su ayuda. Ella se levanto como si nada hubiera pasado, rechazando la ayuda de su pareja. Pronto volvió a enfrentarse a Ludwig, pero manteniendo una distancia prudencial.
- Gabrielle es mi hija, y jamás hubiera permitido que te la llevaras de mi lado. Primero tendrías que haber pasado por mi cadáver.- dijo duramente.
- Aja.- burlonamente.- Bueno, pues no fue así; y ya Gabrielle tiene edad suficiente como para esposarla, te guste o no. Es demasiado tarde para eso, además como sabes yo no decidí el querer casarme con tu hija. No puedes desafiar órdenes divinas.
- Lo sé. Yo tampoco quería que tú fueras el esposo de mi hija. Durante años te apoye, luche a tu lado, compartí mis victorias y riquezas te las di sin cuestionarme en ningún momento, si lo que estaba haciendo estaba bien o no. Pero me di cuenta de mi error el día en que la Gran Sacerdotisa anuncio que tú desposarías a mi hija, que llevaba apenas cinco meses de gestación en mi vientre.- se descontrolo y se echo a llorar al piso ruidosamente.
Ludwig miro como la fuerte mujer que había sido un día su comandante en armas, lloraba como debilucha, expuesta como nunca la había visto, ni siquiera cuando en sus brazos murió el padre de su hija. Eso lo conmovió por un instante, para no demostrar esto, se dirigió hacia la parte donde había caído Marie y pensó por un segundo lo que debía hacer. De nuevo volvió donde estaba y con un gesto llamo a sus hombres, que enseguida se apartaron de la puerta rodeando a la mujer llorando.
- Oliver, lleva arriba a Marie y asegúrate de que descanse.- dijo al más alto y delgado de todos, que levanto del piso a Marie, cargándola, subió al piso de arriba.
- Paul, quédate en la casa y vigila los alrededores. Busca cualquier rastro u olor que lleven a Gabrielle.- el hombre bajo y de cara seria asintió saliendo de la casa por la puerta principal.
- Sven, ve a las poblaciones cercanas y revisa cada rincón. Si consigues algo avisa primero.- asintió el individuo de cabello negro y peinado parado, que hizo una leve reverencia y salió sin hacer ruido.
- Los demás vendrán conmigo, buscaremos en el bosque con la ayuda de la luna llena.- la dos personas asintieron.
Ludwig miro al entristecido Laurence, quien sollozaba con la mirada baja.
-
Marie se pondrá bien. Encontrare a
Gabrielle lo más pronto posible.- dijo sin perder su tono duro, en el fondo
sentía lastima por el pobre tipo, que no podía defender a su esposa por más que
quisiera.
El líder y los dos hombres salieron de la casa
rápidamente. La noche era limpia y despejada, la luz de luna iluminaba todo el
camino. Los arboles tupidos se veían a lo lejos amenazantes. De repente, una
brisa fría apareció de la nada, enfriando la oscuridad. Ahora las copas de los
arboles se movían de un lado a otro, anunciando la llegada de algo siniestro. Esto
no paso por alto para Ludwig, que el frio le caló los huesos.
Ludwig cerró
los ojos y se agacho, sintió un calor que hizo desaparecer el álgido de su
cuerpo. Una fuerza nació del interior, haciendo quitarse la ropa de un tajo. Un
gruñido salió de su garganta, irrumpiendo en el silencio de la noche, seguido
de un aullido. Su boca comenzó a transformarse en un hocico con afilados
dientes. Las uñas crecieron para ser garras. La piel se rasgaba con cada
movimiento que daba, ahora salía un pelaje gris. El dolor era intenso, como
cuchillos que desollaban la carne. El cuerpo se alargo para conseguir la forma
cuadrúpeda; y finalmente lanzó un aullido de lobo anunciando su llegada a las
criaturas de la noche. Los demás estaban completando la transformación; los dos
eran de pelaje oscuro. Se unieron al macho alfa y corrieron en dirección al
bosque.
Despertó empapada de sudor, aparto las sábanas
y se sentó en la cornisa de la cama, cubriéndose el rostro con las manos. Tuvo
un sueño muy vivido, en el, era atacada por un lobo de ojos azules, resultado
ser Ludwig.
No se sentía para nada bien, un extraño y
repentino dolor de estomago hizo que se tomara de él. Un espasmo fuerte la
forjó a lanzar un desgarrador grito, que se escucho en la pequeña vivienda.
Cayó de rodillas en el piso, lamentándose pudo arrastrarse a la puerta,
recordando que no se encontraba en casa, que había huido y se hallaba totalmente
sola, en ese lugar y en el bosque.
El dolor fue aumentando de nivel, con
lloriquear no disminuía en nada, el rostro encontrárosle mojado por las
abundantes lágrimas que escapaban de sus cuencas. Pensaba que se trataba de una
intoxicación alimenticia, pero desecho esa idea, porque la intoxicación no
provoca tan fuertes dolores abdominales. El malestar se acrecentaba,
revolcándose en el suelo, lanzó gritos audibles en todo el recinto, no pudiendo
soportarlo pataleo descontroladamente, amoreteado los dedos de los pies, pronto
sangraron llenando el piso de madera de manchones de color rojo. Sin dejar de
gritar abrió los ojos de par en par, con vista al cielo, perdiendo la
conciencia al instante; el color de ellos se torno de un negro azabache a un
verde manzana.
Su piel se
dividió en grandes trozos, dejando asomarse pelo grueso y largo; su ropa se
desgarro dejando al descubierto la desnuda piel rajada dando paso a una nueva.
Las uñas se convirtieron en garras capaces de atravesar la cubierta más gruesa
de metal. Su mandíbula expandió su dimensión a una trompa de canino, acomodando
los dientes en una nueva posición, destacando los afilados caninos. Las piernas
adquirieron una musculatura flexible y fuerte, transmutando a patas agiles en
combates. El cuerpo se estiro a un tamaño mayor al anterior, todas las
extremidades se acomodaron a su nuevo volumen. El cabello negro de la cabeza se
cayó por completo, dejando paso al salido de la piel; las orejas también
crecieron, ahora eran puntiagudas.
Gabrielle se
transformo en un licántropo de pelaje negro como la medianoche; recuperando la
conciencia, vio con nuevos ojos competentes para ver en la oscuridad hasta el
más mínimo detalle. En cuatro patas sintió la textura de el piso de madera,
cada arruga y orificio lo palmeo en sus patas. Olisqueo el aroma del bosque a
tierra, arboles viejos descomponiéndose alimentando a los nuevos predecesores
que lo sustituirán, siendo los futuros guardianes del lugar; llego a sus
narices la fragancia característica de un cuerpo de agua. Decidida a buscarla,
salió corriendo atravesando la puerta, observo todo y siguió destrozando la
entrada principal.
Una vez afuera alzo la mirada al cielo
estrellado con la luna llena iluminando el bosque y a la naciente Gabrielle en
su reciente metamorfosis, revelando la noche en su magnífica expresión, testigo
de innumerables hechos que marcaron la historia de sus habitantes y del futuro.
Con solo oler su perfume se dio cuenta en seguida del pasado de ese lugar y que
en los muchos de sus familiares dejaron sus huellas para forjar el linaje más
poderoso del mundo mágico.
Conmovida y extasiada con la nueva visión del
mundo, emprendió el rumbo al lago. Estirando sus patas salió corriendo con el
viento, sintiendo por primera vez el significado de la libertad a plenitud,
dando un enfoque refrescante a lo que pensaba una vez la obtuviera. El pelambre
se movía a su paso; acelerando se adentro en las entrañas del bosque,
ingresando a un territorio ajeno, donde nunca había estado antes; los arboles
eran más gruesos y antiguos que los dejados atrás, la espesura impedía el
ingreso de la luz de la luna. Los sonidos y los aromas eran diferentes, viejos
e inhabitables para cualquier criatura.
jueves, 28 de marzo de 2013
Semana Santa en Caracas
La costumbre venezolana en estas fiestas religiosas es que el jueves se tienen que recorrer los siete templos de Caracas más importantes.
Aquí hay una fotos de como fue la concurrencia en este día.
Aquí hay una fotos de como fue la concurrencia en este día.
San Francisco
Santa Capilla
Santa Teresa
Iglesia de Altagracia
Iglesia Las Mercedes
Solamente visite cinco, espero que les guste las fotos.
martes, 26 de marzo de 2013
Jauría de Lobos, El comienzo del clan Fenrí: Capítulo 1
Sus huellas marcaban la
gruesa capa de nieve, el caminar de por si es difícil. La ventisca arrecia, con
la mano izquierda trata de protegerse el rostro, un grueso abrigo de piel la
cubre, guantes cuatro tallas más grande a la de ella. Botas igualmente de
grandes hechas de piel de venado, pantalones gruesos, y una bufanda cubre todo
el cuello hasta la nariz.
A pesar del frío gélido no siente
escalofríos en su cuerpo. Ella percibe la cercanía de un pueblo, sus sentidos
se agudizan, no hay personas en los alrededores. Imaginó que tal vez estuvieran
refugiándose del fuerte frio. Una inesperada tormenta de nieve apareció,
bloqueando la visión de la joven. El viento sopla contra su cuerpo, impidiendo
el paso, cada vez es más pesado caminar. Con una asombrosa voluntad logra
avanzar rápidamente, las casas están ya próximas.
Los copos de nieve se metían en los ojos,
evitando que entrara más decidió cerrarlos, para solo guiarse con el oído y el
olfato. Escuchando a través del rumor de la ventisca, logró reconocer el sonido
característico sonido de leña arrojada a la chimenea, reconoció la casa donde
se realizaba.
Con paso apresurado entró al pueblo de Schnee
una localidad rural ubicada en las profundidades del bosque “Den Grünen Gott.”; las
casas eran de construcción tradicionales de maderas, pintadas de color blanco,
las vigas visibles de color negro, el techo de tejado marrón. Alineadas una al
lado de la otra, en dirección a la única calle del lugar, que asciende hasta la
pradera camino al bosque.
La población comprende un número menor de 70
personas, las cuales lo conforman diferentes familia, que llevan viviendo allí
muchas generaciones.
La joven recorría la calle en dirección al
prado, la nieve se acumulaba más y más en el camino, las casas están cubiertas,
ni un alma se divisa en el poblado.
Ella pronto llegaría a casa, la vio
enseguida, era la más grande de todas, de tres plantas y con un jardín amplio,
colorido en primavera, cálido en verano, deleitante en otoño y acogedor en
invierno. De la propiedad cercano salió un adolescente de su misma edad, solo
iba cubierto por un delgado abrigo y pantalones pegados al cuerpo.
La chica lo saludo con un gesto de mano.
-
Hola, ¿Cómo estas, donde has ido? – se acercó
el chico.
-
Fui a Badán, mis padres necesitaban enviar un
par de cosas, no confían en nadie para esas cosas.- sonrió.
-
Gabrielle, me gustaría que saliéramos un día
de estos, ¿qué dices? – apenado, con la mano izquierda rosaba su cabello negro
azabache.
Ella no dijo nada, frunció los labios,
pensaba en todas las cosas que podría tener que hacer en aquellos ocupados días.
-
Arthur,
me encantaría, es cuestión de que concretemos un día de estos. – no quería
decepcionarlo, había rechazado tantas invitaciones de su parte que perdió la
cuenta.
Emocionado el abrazo con todas sus fuerzas,
la podre chica quedó sin aliento, chilló, él la soltó en el acto, tosió, con
fuerza. Arthur se disculpó, ella no le dio importancia.
-
Entonces,
¿Qué tal mañana? – sonrojado, no pudo contener una enorme sonrisa.
Gabrielle Montenegro asintió.
-
Te iré a
buscar al atardecer.- Salió corriendo hacia su casa, cerrando la puerta de un
portazo.
Gabrielle siguió su camino a la casa
próxima.
Una vez adentro, la joven era esperada por su
padre. Leía un libro grueso, sentado en un antiguo mueble de madera junto al
candelero de la esquina cercana una ventana que da al jardín.
-
Querida,
¿qué te dije? – sin apartar la vista del libro. De cabellos canos, piel blanca,
alto y elegante; la partícula de luz proveniente de la farola atravesó sus
anteojos de medialuna.
-
No
distraerme por el camino cuando tengo tareas que hacer – refunfuñó cansada.
Laurence hizo una mueca de aprobación. Luego
de aburrirse del libro, lo dejo a un lado, sin levantarse del mueble la observo
con detenimiento.
-
Estas en
lo correcto, ¿por qué no lo aplicas? – alzó la ceja derecha.
-
Solo me
saludo un momento, eso es todo. – explicó sin ánimo de seguir la conversación.
-
¿Y seguro que rechazaste la invitación a
salir? – su mirada se tornó suspicaz.
Ella no podía
ocultar nada a su inteligente y analítico padre.
-
Sabes
muy bien que acepte salir con él mañana. Será solo una salida de amigos, no
sucederá nada de nada.
-
Deberías
de dejar de darle ilusiones al pobre muchacho, no querrás romperle el corazón
de una manera tan cruel.
-
Nunca le
he dado esperanzas de ningún tipo – suspiro, estaba harta de siempre la misma
conversación de casi todos los días.
Laurence aferró sus
dedos a la barbilla, de manera pensativa.
-
Eso
espero. No soy tan condescendiente como tu madre, te sugiero que ni le
devuelvas el saludo, no quieres que te vuelva a recordar la responsabilidad que
tienes… - silenció.
-
Lo sé,
no me lo eches en cara cada vez que me ves, sé de memoria lo que tengo por
hacer – sentenció molesta.
Gabrielle, con paso firme se dirigió a su
habitación en la segunda planta. Las escaleras las sentía cada vez más
molestas, largas cuando discutía con alguno de sus padres. No era la primera
vez, desde que se mudaron a Schnee no le permitían las amistades con chicos de su edad,
pocas eran sus conversaciones con personas fueras del entorno familiar.
Entró a la habitación rápidamente, cerrando
la puerta con cuidado.
El dormitorio permanecía en la penumbra de la
oscuridad, el reflejo de las luces de la calle proyectaba sombras de diversos
tamaños, haciendo trabajar a la mente, imaginando las posibles criaturas que están
esperando detrás de la ventana, se esconden en los armarios, ocultos en los
rincones de la habitación casi desierta.
Gabrielle mantiene la vista en el techo
procurando no perderse de cada detalle de ella, acurrucada en el centro de la
cama, con una almohada entre las piernas, otra bajo su nuca; piensa en muchas
cosas pero el principal de ellos no la deja cerrar los ojos. Con cierta
angustia mantiene esos pensamientos alejados por un momento repasando las
tareas del día siguiente.
Sus parpados se niegan a cerrarse. La discusión
con su padre, volvió a reabrir un asunto ya sepultado y casi olvidado, se
rehusaba a mantener el asunto a flor de piel, aunque sin querer estaba presente
en cada instante como un recordatorio de un futuro ya determinado por manos
ajenas a ella o a su voluntad.
Un estremecimiento la tomaba, sin soltarla,
deseaba tanto poder hablar del asunto con sus padres, pero sabía que eso
acabaría en una fuerte pelea sin ganadores, ni derrotados solo con una enorme
impotencia en el alma y una herida onda en lo más profundo del ser que mataba.
Muchas veces logró escaparse de su casa, cosa
que nunca sirvió de mucho, siempre la encontraban a los dos días ayudados por
Él, no le simpatizaba mucho, recordar las ocasiones en que creyó haber
conseguido la libertad, la cara de satisfacción de aquel hombre – mejor dicho
bestia – le retorcía las entrañas del cólera, consiguiendo la aprobación de los
padres molestos por la rebelde hija adolescente. Al ver los intentos fallidos,
desistió de poder salirse con la suya, con ese ser jamás lo conseguiría, ni
huyendo al fin del mundo.
Dolida no siguió recordando. Sin moverse, logró que los efectos de la somnolencia
por fin hicieran su efecto. Se recordó a sí misma “mañana será otro día “, lo repetía
cada noche como un mantra. Nunca le agrado la idea de llevarse a la cama
pensamientos negativos y más si le causaban un gran malestar.
Cerró los ojos para esperar el nuevo
amanecer, un nuevo día sin que lo supiera sería muy ajetreado.
Arthur Becker vigilaba atentamente las botellas
de zumo de naranja siendo colocadas en los estantes inferiores cercanas a la
puerta principal. No puede pensar en la caja de jugo que sostienen sus brazos,
sus reflexiones van orientadas a una persona, imagina cosas que pueden o no
ocurrir aquel día. Gabrielle lo ocupa sin querer, se sonríe de solo pensar en
ella.
Durante mucho tiempo estuvo tratando de
invitarla a salir. Desde que la familia Leroix llegó al pequeño pueblo casi
olvidado, que no está en la ruta de los turistas; al principio no entendía la
decisión de esas personas al cambiarse a esa “aldea de campesinos” tan aislada,
luego la conoció a ella y fue como si un rayo lo atravesara. A partir de ese
día intentó cualquier método para entrar en contacto con ella, desde regalos a
los nuevos vecinos hasta invitaciones a las reuniones a los festivales de
temporada que se celebran en la provincia.
Ninguna fue bien recibida por los Leroix,
sobre todo de los padres, que trataban a todos con indiferencia y frialdad. La
hija del matrimonio se mantenía reservada, siempre saludando con timidez a los
demás con un poco de rapidez. Con frecuencia salía del pueblo, quien sabe a
dónde, y retornaba a Schnee bien entrado el atardecer.
Arthur estaba al pendiente de cada
movimiento de la excéntrica familia, tanto en su casa como en la tienda de sus
padres. Ahora no cabía de felicidad al ser aceptado por Gabrielle, esperaba con
muchas ansias.
La emoción hizo que recogiera la basura,
acomodo cada estante del negocio, limpió las ventanas y vitrinas con mucho
esmero. Quería estar desocupado para la media tarde; aunque no sabía si la
joven se encontraba en el pueblo, no la había divisado en toda la mañana,
esperaba que no lo dejara plantado.
La tienda de abarrotes pronto dejo de
recibir visitantes, la soledad era la única acompañante de Arthur, que aburrido
manoseaba los duraznos de la canasta en la caja registradora. La tarde llegó
sin ninguna novedad; los ojos del joven no se apartaban del reloj de la pared
del frente. En ese momento la campana de la puerta suena, abriéndose se adentra
en la tienda una joven cubierta por gruesos abrigos de piel.
Ella lo saluda, pero él no le presta
atención, piensa que es una clienta más. Gabrielle se acerca al mostrador, con
la mano derecha la pasa frente a los ojos del chico. Saliendo del trance, ve a
todas partes, ella lo saluda de nuevo, Arthur apenado se sonroja. La joven se
ríe divertida, sin mucha demora se pone seria de nuevo.
-
Hola,
Arthur ¿me esperabas? - dijo viendo los manoseados duraznos.
-
Si, pensé
que habías olvidado mi invitación a salir. – tratando de calmarse.
-
No, es
que tuve que hacer un par de cosas. Mis padres tienen una lista muy larga de
pedidos. – recordando lo hecho ese día.
-
Déjame
cerrar la tienda para salir. – emocionado, se quitó el delantal.
Gabrielle lo detuvo tomándolo de la mano, él
tembló un poco.
-
Es mejor
quedarnos aquí, te ayudaré a atender el negocio. – con una mueca en el rostro,
simulando una sonrisa.
-
¿Por
qué?
-
Quiero
verte trabajar. – mintió, no deseaba bajo ningún concepto ser vista por sus
padres u otra persona.
Él asintió, sabiendo que algo pasaba con
ella. No desecharía la única posibilidad de estar por lo menos unos minutos a
su lado. Forzó una sonrisa, aceptando quedarse en donde estaban.
-
Hoy no
hay muchos clientes, estarás aburrida. – le advirtió, para ver si la joven
cedía un poco.
-
No importa, he tenido muchas emociones por el
día de hoy, solo quiero relajarme antes de volver a casa. – bajo la mirada,
llena de resignación mezclada con la acostumbrada impotencia.
Arthur
no supo qué hacer en ese momento, se le ocurrió abrazarla. Gabrielle vio sus
intenciones y se alejó al otro lado de la tienda. Avergonzado finge no haber
pensado en ello.
Los dos hablaron de cosas superfluas, sin
tocar un tema serio; el tema del clima lo desgastaron hasta el cansancio. El no
quería preguntarle sobre su vida privada, aunque su curiosidad lo molestaba
cada minuto que pasaba, hasta que tuvo el valor.
-
¿Por qué
tus padres decidieron mudarse a este aislado pueblo? – pregunto apenado,
esperaba una mirada inquisidora por ella.
-
Ni
siquiera yo lo sé. – respondió pensativa. Jamás se lo había preguntado, tal vez
estaba acostumbrada a que sus padres tomaran las decisiones si consúltalas con
ella.
Arthur no quedó satisfecho con la respuesta,
se preguntaba cómo sería realmente la familia Leroix. ¿Tan temible como
aparenta o solo era una fachada para ocultar algo más?
Gabrielle se encaminó a la salida cuando el
joven la detuvo, deseaba seguir en su compañía no dejaría escapar esa
oportunidad que ella le dio al visitarlo.
-
¿A dónde vas? – fijo sus ojos color miel claros
en su rostro.
-
Es hora de
irme, mis padres pronto llegaran, es tarde.
-
Bueno si
es así…- entristecido, quería compartir unos minutos más con ella- ¿Nos veremos
otro día?
Gabrielle asintió. Le daba lástima tener que
dejarlo, sabía que ese encuentro no fue para nada de provecho, sin cosas de
verdad para hablar y con una incomodidad presente en todo momento.
-
Arthur, me encantaría salir contigo a un mejor
lugar, y me puedes preguntar cualquier cosa, no te limites- se sorprendió a si
misma de lo que dijo.
Una sonrisa de satisfacción y emoción
dibujaba el rostro del joven, quien no oculto su felicidad, dándole un fuerte
abrazo levantándola del suelo. Avergonzado, la bajo en el acto.
-
Dentro de dos días va haber un festival en
Auslund, ¿te gustaría ir?
-
Sí, me encantaría.
-
¡Qué bien!, iremos con un grupo de amigos.
¿Tienes un número para contactarte?
-
No, somos vecinos y vivimos cerca, puedo pasar
por tu casa mañana y me dices todos los detalles. ¿Te parece?
-
Claro, con gusto o puedes venir a la tienda,
si se te hace difícil ir a mi casa.- aún sin creer que lo había
aceptado para ir.
-
Bueno, yo
me voy, mañana paso por aquí para organizar la salida. Adiós.-le dio un apretón
de manos y salió de la tienda.
Arthur gritó de la alegría, saltando por todos lados, sin
poder contenerse por tanta felicidad.
Al llegar a casa pensaba en la invitación
que le hizo Arthur, sabía que había hecho una cosa imperdonable ante los ojos
de sus padres, una cosa prohibida. Pero estaba harta de ser la hija sumisa,
obediente y temerosa de un posible castigo que jamás vendría.
Deseaba estar con gente de su misma edad, de
otro ambiente, sentirse libre. Tenía claro que realmente su vida no le
pertenecía ni a ella, ni a sus padres, sino a una persona ajena. Que tarde o
temprano reclamaría sobre su persona, y cuando ese momento llegará no podría
hacer nada.
Mientras tanto aprovecharía tanto como
quisiera su juventud. Arthur, le parecía buena persona sin malas intenciones,
una persona ideal para iniciar una amistad en aquel desolado pueblo.
Entró a la sala oscura, le pareció extraño no
conseguir a su papá en las penumbras, fingiendo leer cuando es todo lo
contrario, vigilando cada centímetro de los alrededores.
Decidió prepararse algo de comer, el camino a
la cocina le resulto solitario, encendió la luz, caminó a la nevera, sacó unas
chuletas de cerdo junto con dos filetes colocándolas sobre el mesón. Buscó un
vaso de vidrio que lo lleno con un líquido blanquecino, que se encontró en una
botella en la nevera. Era leche de dragón, como se le conocía a la mezcla entre
miel y leche de nueces.
Su bebida preferida, a parte del Hidromiel.
Colocando una sartén sobre las llamas de la cocina, puso la carne allí. Espero
un minuto y apago el fuego, las chuletas y los filetes las reposó en un plato,
sin cubiertos se lanzó sobre ella. Aún sangraban cuando le dio el primer
mordisco, sus manos y su boca se ensuciaron.
Pronto la presencia de alguien estaba en la
cocina sin hacer ruido. Una mujer de mediana edad, cabello negro largo hasta la
cintura, ojos verdes oliva, labios color carmín y vestida de negro.
-
Gabrielle,
no te vuelvas un desastre comiendo.- dijo la mujer abriendo la nevera para
apreciar su contenido.
-
Mamá,
por favor.- entre pedazos de carne.
Marie Leroix, una mujer imponente de
voluntad y de presencia, con solo verla las personas sentían una especie de
intimidación, incomodidad ante la mirada penetrante de esos ojos verde oliva.
Con solo 35 años se puede apreciar un cabello canoso y con ojos casados, pero
desafiantes a la vez. Una mujer que solo aceptaba sus propias ordenes, no
soportaba un no por repuesta, una negativa ante sus caprichos y podría costarle
caro.
Su hija continuó comiendo hasta que dejo
limpio los huesos de las chuletas. La joven limpió todo el desastre en el
mesón, lavó sus manos y la boca. Se sentó al frente de su madre con una
sonrisa, mientras esta bebía un vaso de leche.
-
¿Qué
tengo que hacer mañana?
-
Ya que
te veo entusiasmada, mañana irás a Dusseldorff, a buscar un paquete para ti.-
dejando el vaso a un lado.
-
¿A
Dusseldorff? - extrañada, conocía muy bien el lugar, vivió parte de su niñez en
el “La Ciudad de las hadas”, reconocido por su arquitectura fantástica, similar
a los cuentos de niños.
-
Si, vas
a ir a buscar un paquete para ti. Como queda algo lejos llevarás ropa y
Laurence te acompañará. Por mi parte iré luego.
-
¿Me
quedaré?- confundida.
-
No será
por muchos días, solo tres. Estarás en casa de tu amiga Agathe.- sonrió
satisfecha.
-
No me lo
esperaba, hace tiempo que no voy a la ciudad, tampoco sé de Agathe. ¿El paquete
es muy grande?- analizando la cara de Marie, percibía perfectamente las dobles
intenciones de todo ese viaje tan repentino.- ¿Cuál es el truco?
Marie
lanzó una carcajada, mostrando su blanca dentadura. Respiró hondo, rápidamente
tomó control sobre su persona.
-
Querida
hija, eres muy buena captando hasta el más mínimo detalle. Lo sacaste de
mí.-hizo una pausa.- Tienes razón, esto se debe a tu comportamiento, fuiste a
la tienda de abarrotes para ver a ese muchacho sin mi consentimiento, incluso
te citaste para verlo de nuevo mañana.
-
Si lo
hice, no veo nada de malo en ello. Quiero hacer amistades con gente de mi edad,
eso es normal.- viendo la expresión dura de Marie, que cada vez se hacía más
temible.
-
¿Normal?-
lanzando una risita, cruzando los brazos- Tú no eres normal. Eres una Montenegro,
linaje de gobernantes, predestinada para la grandeza, ser la líder junto al
honorable Ludwig, de todo un territorio. Y me vienes con
que quieres hacer amistad con gente tan insignificante como la de este
pueblucho.
Gabrielle hizo una mueca de disgusto por el
nombre recién mencionado, había oído ese discurso desde que tiene memoria.
-
Además, ese muchacho… no me agrada para nada.
Tiene intenciones contigo, y no son de amistad. No puedo permitir que te
interese alguien como él. Tienes a alguien interesado en ti.
La joven asintió molesta, no soportaba aquel
inútil discurso sin sentido.
-
En
cuanto a amistades tienes a Agathe, ella es tu amiga.- siguió hablando con un
tono de reprimenda.
-
Mamá, lo
sé pero ella está en un sitio muy lejano. Estoy cansada de oír siempre la misma
cosa cada vez que hago algo, supuestamente mal, para ti. Vives advirtiéndome,
sobre lo que tengo por hacer; desde que nací lo sé muy bien. Sé muy bien que
estoy condenada a un futuro donde yo no elegí o me consultaron al respecto.
¡Quiero vivir mi vida!- rabiando con lagrimas en los ojos, salió corriendo
hacia su habitación.
Había trascurrido una hora. Llorando de la
rabia e impotencia. Realmente estaba cansada de todo el asunto, del manejo de
su vida como una marioneta, la constante vigilancia, sin descanso.
Tomó una decisión, aunque anteriormente había
jurado no volver hacerlo, escaparía de nuevo, no importaba si resultara inútil,
lo intentaría hasta lograrlo, así tuviera que escapar una y otra vez.
Limpiando sus lágrimas, tomo un bolso, lo
lleno con ropa y artículos de higiene personal, un poco de dinero de sus
ahorros. Espero el anochecer, cuando sus padres fueron a dormir, aprovecho y
puso ropa en un bolso pequeño, y salió por la ventana. Saltando a la fría y
suave nieve, observo por todos lados y corrió a la casa de al lado.
Arthur había terminado de ayudar a sus
padres a recoger la mesa. Algo cansado se despidió de sus padres y su hermana.
Subió a su habitación, a oscuras, se percató de la presencia de alguien, con
precaución enciende la luz y se lanza contra el intruso, arrojándolo al suelo,
quedando arriba de él. Este se comenzó a retorcer, Arthur se alzo viendo al
extraño.
Su sorpresa fue tal que lo asustó, viendo a
Gabrielle tirada en el suelo con un bolso. Enseguida la ayudo a levantarse del
piso.
-
¿Qué
haces aquí?- preguntó aún incrédulo.
-
Lo siento por entrar de esta forma a tu casa,
pero estoy en una situación desesperada, no sabía a quién recurrir. Si te
molesto entonces me iré.- apenada, su mirada se encontraba perdida en el suelo.
-
No te
vayas. Dime que necesitas.
-
Necesito
un lugar donde quedarme, estoy huyendo de mi casa, tengo que ir a un sitio lo
más lejos posible.- dijo sin mirarlo.
-
¡Caramba!,
me tomas fuera de lugar, pero ¿Por qué lo haces?- llevándose las manos a la
cabeza.
-
Son
tantas cosas, que no daría tiempo a decírtelas todas, necesito salir enseguida de
este pueblo.
-
Mmmm… si
es así… Conozco un lugar donde puedes quedarte el tiempo que quieras. Te puedo
llevar ahora mismo.- sonriendo.
-
Gracias,
te debo una.
-
Voy a
buscar las llaves del carro.- dijo saliendo del cuarto.
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