jueves, 28 de marzo de 2013

Semana Santa en Caracas

La costumbre venezolana en estas fiestas religiosas es que el jueves se tienen que recorrer los siete templos de Caracas más importantes.
Aquí hay una fotos de como fue la concurrencia en este día.

San Francisco 

Santa Capilla 

Santa Teresa

Iglesia de Altagracia

Iglesia Las Mercedes

Solamente visite cinco, espero que les guste las fotos.
 

martes, 26 de marzo de 2013

Jauría de Lobos, El comienzo del clan Fenrí: Capítulo 1



  Sus huellas marcaban la gruesa capa de nieve, el caminar de por si es difícil. La ventisca arrecia, con la mano izquierda trata de protegerse el rostro, un grueso abrigo de piel la cubre, guantes cuatro tallas más grande a la de ella. Botas igualmente de grandes hechas de piel de venado, pantalones gruesos, y una bufanda cubre todo el cuello hasta la nariz.
   A pesar del frío gélido no siente escalofríos en su cuerpo. Ella percibe la cercanía de un pueblo, sus sentidos se agudizan, no hay personas en los alrededores. Imaginó que tal vez estuvieran refugiándose del fuerte frio. Una inesperada tormenta de nieve apareció, bloqueando la visión de la joven. El viento sopla contra su cuerpo, impidiendo el paso, cada vez es más pesado caminar. Con una asombrosa voluntad logra avanzar rápidamente, las casas están ya próximas.
  Los copos de nieve se metían en los ojos, evitando que entrara más decidió cerrarlos, para solo guiarse con el oído y el olfato. Escuchando a través del rumor de la ventisca, logró reconocer el sonido característico sonido de leña arrojada a la chimenea, reconoció la casa donde se realizaba.
  Con paso apresurado entró al pueblo de Schnee una localidad rural ubicada en las profundidades del bosque “Den Grünen Gott.”; las casas eran de construcción tradicionales de maderas, pintadas de color blanco, las vigas visibles de color negro, el techo de tejado marrón. Alineadas una al lado de la otra, en dirección a la única calle del lugar, que asciende hasta la pradera camino al bosque.
  La población comprende un número menor de 70 personas, las cuales lo conforman diferentes familia, que llevan viviendo allí muchas generaciones.
  La joven recorría la calle en dirección al prado, la nieve se acumulaba más y más en el camino, las casas están cubiertas, ni un alma se divisa en el poblado.
   Ella pronto llegaría a casa, la vio enseguida, era la más grande de todas, de tres plantas y con un jardín amplio, colorido en primavera, cálido en verano, deleitante en otoño y acogedor en invierno. De la propiedad cercano salió un adolescente de su misma edad, solo iba cubierto por un delgado abrigo y pantalones pegados al cuerpo.
  La chica lo saludo con un gesto de mano.
-           Hola, ¿Cómo estas, donde has ido? – se acercó el chico.
-           Fui a Badán, mis padres necesitaban enviar un par de cosas, no confían en nadie para esas cosas.- sonrió.
-           Gabrielle, me gustaría que saliéramos un día de estos, ¿qué dices? – apenado, con la mano izquierda rosaba su cabello negro azabache.
  Ella no dijo nada, frunció los labios, pensaba en todas las cosas que podría tener que hacer en aquellos ocupados días.
-          Arthur, me encantaría, es cuestión de que concretemos un día de estos. – no quería decepcionarlo, había rechazado tantas invitaciones de su parte que perdió la cuenta.
  Emocionado el abrazo con todas sus fuerzas, la podre chica quedó sin aliento, chilló, él la soltó en el acto, tosió, con fuerza. Arthur se disculpó, ella no le dio importancia.
-          Entonces, ¿Qué tal mañana? – sonrojado, no pudo contener una enorme sonrisa.
     Gabrielle Montenegro asintió.
-          Te iré a buscar al atardecer.- Salió corriendo hacia su casa, cerrando la puerta de un portazo.
     Gabrielle siguió su camino a la casa próxima.
  Una vez adentro, la joven era esperada por su padre. Leía un libro grueso, sentado en un antiguo mueble de madera junto al candelero de la esquina cercana una ventana que da al jardín.
-          Querida, ¿qué te dije? – sin apartar la vista del libro. De cabellos canos, piel blanca, alto y elegante; la partícula de luz proveniente de la farola atravesó sus anteojos de medialuna.
-          No distraerme por el camino cuando tengo tareas que hacer – refunfuñó cansada.
  Laurence hizo una mueca de aprobación. Luego de aburrirse del libro, lo dejo a un lado, sin levantarse del mueble la observo con detenimiento.
-          Estas en lo correcto, ¿por qué no lo aplicas? – alzó la ceja derecha.
-          Solo me saludo un momento, eso es todo. – explicó sin ánimo de seguir la conversación.
-           ¿Y seguro que rechazaste la invitación a salir? – su mirada se tornó suspicaz.
Ella no podía ocultar nada a su inteligente y analítico padre.
-          Sabes muy bien que acepte salir con él mañana. Será solo una salida de amigos, no sucederá nada de nada.
-          Deberías de dejar de darle ilusiones al pobre muchacho, no querrás romperle el corazón de una manera tan cruel.
-          Nunca le he dado esperanzas de ningún tipo – suspiro, estaba harta de siempre la misma conversación de casi todos los días.
Laurence aferró sus dedos a la barbilla, de manera pensativa.
-          Eso espero. No soy tan condescendiente como tu madre, te sugiero que ni le devuelvas el saludo, no quieres que te vuelva a recordar la responsabilidad que tienes… - silenció.
-          Lo sé, no me lo eches en cara cada vez que me ves, sé de memoria lo que tengo por hacer – sentenció molesta.
  Gabrielle, con paso firme se dirigió a su habitación en la segunda planta. Las escaleras las sentía cada vez más molestas, largas cuando discutía con alguno de sus padres. No era la primera vez, desde que se mudaron a Schnee no le permitían las amistades con chicos de su edad, pocas eran sus conversaciones con personas fueras del entorno familiar.
  Entró a la habitación rápidamente, cerrando la puerta con cuidado. 

  El dormitorio permanecía en la penumbra de la oscuridad, el reflejo de las luces de la calle proyectaba sombras de diversos tamaños, haciendo trabajar a la mente, imaginando las posibles criaturas que están esperando detrás de la ventana, se esconden en los armarios, ocultos en los rincones de la habitación casi desierta.
  Gabrielle mantiene la vista en el techo procurando no perderse de cada detalle de ella, acurrucada en el centro de la cama, con una almohada entre las piernas, otra bajo su nuca; piensa en muchas cosas pero el principal de ellos no la deja cerrar los ojos. Con cierta angustia mantiene esos pensamientos alejados por un momento repasando las tareas del día siguiente.
  Sus parpados se niegan a cerrarse. La discusión con su padre, volvió a reabrir un asunto ya sepultado y casi olvidado, se rehusaba a mantener el asunto a flor de piel, aunque sin querer estaba presente en cada instante como un recordatorio de un futuro ya determinado por manos ajenas a ella o a su voluntad.
  Un estremecimiento la tomaba, sin soltarla, deseaba tanto poder hablar del asunto con sus padres, pero sabía que eso acabaría en una fuerte pelea sin ganadores, ni derrotados solo con una enorme impotencia en el alma y una herida onda en lo más profundo del ser que mataba.
  Muchas veces logró escaparse de su casa, cosa que nunca sirvió de mucho, siempre la encontraban a los dos días ayudados por Él, no le simpatizaba mucho, recordar las ocasiones en que creyó haber conseguido la libertad, la cara de satisfacción de aquel hombre – mejor dicho bestia – le retorcía las entrañas del cólera, consiguiendo la aprobación de los padres molestos por la rebelde hija adolescente. Al ver los intentos fallidos, desistió de poder salirse con la suya, con ese ser jamás lo conseguiría, ni huyendo al fin del mundo.
  Dolida no siguió recordando. Sin moverse, logró que los efectos de la somnolencia por fin hicieran su efecto. Se recordó a sí misma “mañana será otro día “, lo repetía cada noche como un mantra. Nunca le agrado la idea de llevarse a la cama pensamientos negativos y más si le causaban un gran malestar.
  Cerró los ojos para esperar el nuevo amanecer, un nuevo día sin que lo supiera sería muy ajetreado.


  Arthur Becker vigilaba atentamente las botellas de zumo de naranja siendo colocadas en los estantes inferiores cercanas a la puerta principal. No puede pensar en la caja de jugo que sostienen sus brazos, sus reflexiones van orientadas a una persona, imagina cosas que pueden o no ocurrir aquel día. Gabrielle lo ocupa sin querer, se sonríe de solo pensar en ella.
  Durante mucho tiempo estuvo tratando de invitarla a salir. Desde que la familia Leroix llegó al pequeño pueblo casi olvidado, que no está en la ruta de los turistas; al principio no entendía la decisión de esas personas al cambiarse a esa “aldea de campesinos” tan aislada, luego la conoció a ella y fue como si un rayo lo atravesara. A partir de ese día intentó cualquier método para entrar en contacto con ella, desde regalos a los nuevos vecinos hasta invitaciones a las reuniones a los festivales de temporada que se celebran en la provincia.
   Ninguna fue bien recibida por los Leroix, sobre todo de los padres, que trataban a todos con indiferencia y frialdad. La hija del matrimonio se mantenía reservada, siempre saludando con timidez a los demás con un poco de rapidez. Con frecuencia salía del pueblo, quien sabe a dónde, y retornaba a Schnee bien entrado el atardecer.
   Arthur estaba al pendiente de cada movimiento de la excéntrica familia, tanto en su casa como en la tienda de sus padres. Ahora no cabía de felicidad al ser aceptado por Gabrielle, esperaba con muchas ansias.
   La emoción hizo que recogiera la basura, acomodo cada estante del negocio, limpió las ventanas y vitrinas con mucho esmero. Quería estar desocupado para la media tarde; aunque no sabía si la joven se encontraba en el pueblo, no la había divisado en toda la mañana, esperaba que no lo dejara plantado.
   La tienda de abarrotes pronto dejo de recibir visitantes, la soledad era la única acompañante de Arthur, que aburrido manoseaba los duraznos de la canasta en la caja registradora. La tarde llegó sin ninguna novedad; los ojos del joven no se apartaban del reloj de la pared del frente. En ese momento la campana de la puerta suena, abriéndose se adentra en la tienda una joven cubierta por gruesos abrigos de piel.
   Ella lo saluda, pero él no le presta atención, piensa que es una clienta más. Gabrielle se acerca al mostrador, con la mano derecha la pasa frente a los ojos del chico. Saliendo del trance, ve a todas partes, ella lo saluda de nuevo, Arthur apenado se sonroja. La joven se ríe divertida, sin mucha demora se pone seria de nuevo.
-          Hola, Arthur ¿me esperabas? - dijo viendo los manoseados duraznos.
-          Si, pensé que habías olvidado mi invitación a salir. – tratando de calmarse.
-          No, es que tuve que hacer un par de cosas. Mis padres tienen una lista muy larga de pedidos. – recordando lo hecho ese día.
-          Déjame cerrar la tienda para salir. – emocionado, se quitó el delantal.
   Gabrielle lo detuvo tomándolo de la mano, él tembló un poco.
-          Es mejor quedarnos aquí, te ayudaré a atender el negocio. – con una mueca en el rostro, simulando una sonrisa.
-          ¿Por qué?
-          Quiero verte trabajar. – mintió, no deseaba bajo ningún concepto ser vista por sus padres u otra persona.
  Él asintió, sabiendo que algo pasaba con ella. No desecharía la única posibilidad de estar por lo menos unos minutos a su lado. Forzó una sonrisa, aceptando quedarse en donde estaban.
-          Hoy no hay muchos clientes, estarás aburrida. – le advirtió, para ver si la joven cedía un poco.
-           No importa, he tenido muchas emociones por el día de hoy, solo quiero relajarme antes de volver a casa. – bajo la mirada, llena de resignación mezclada con la acostumbrada impotencia.
  Arthur no supo qué hacer en ese momento, se le ocurrió abrazarla. Gabrielle vio sus intenciones y se alejó al otro lado de la tienda. Avergonzado finge no haber pensado en ello.
  Los dos hablaron de cosas superfluas, sin tocar un tema serio; el tema del clima lo desgastaron hasta el cansancio. El no quería preguntarle sobre su vida privada, aunque su curiosidad lo molestaba cada minuto que pasaba, hasta que tuvo el valor.
-          ¿Por qué tus padres decidieron mudarse a este aislado pueblo? – pregunto apenado, esperaba una mirada inquisidora por ella.
-          Ni siquiera yo lo sé. – respondió pensativa. Jamás se lo había preguntado, tal vez estaba acostumbrada a que sus padres tomaran las decisiones si consúltalas con ella.
  Arthur no quedó satisfecho con la respuesta, se preguntaba cómo sería realmente la familia Leroix. ¿Tan temible como aparenta o solo era una fachada para ocultar algo más?
  Gabrielle se encaminó a la salida cuando el joven la detuvo, deseaba seguir en su compañía no dejaría escapar esa oportunidad que ella le dio al visitarlo.
-          ¿A dónde vas? – fijo sus ojos color miel claros en su rostro.
-           Es hora de irme, mis padres pronto llegaran, es tarde.
-           Bueno si es así…- entristecido, quería compartir unos minutos más con ella- ¿Nos veremos otro día?
 Gabrielle asintió. Le daba lástima tener que dejarlo, sabía que ese encuentro no fue para nada de provecho, sin cosas de verdad para hablar y con una incomodidad presente en todo momento.
-           Arthur, me encantaría salir contigo a un mejor lugar, y me puedes preguntar cualquier cosa, no te limites- se sorprendió a si misma de lo que dijo.
  Una sonrisa de satisfacción y emoción dibujaba el rostro del joven, quien no oculto su felicidad, dándole un fuerte abrazo levantándola del suelo. Avergonzado, la bajo en el acto.
-           Dentro de dos días va haber un festival en Auslund, ¿te gustaría ir?
-           Sí, me encantaría.
-           ¡Qué bien!, iremos con un grupo de amigos. ¿Tienes un número para contactarte?
-           No, somos vecinos y vivimos cerca, puedo pasar por tu casa mañana y me dices todos los detalles. ¿Te parece?
-           Claro, con gusto o puedes venir a la tienda, si se te hace difícil ir a mi casa.- aún sin creer que lo había aceptado para ir.
-           Bueno, yo me voy, mañana paso por aquí para organizar la salida. Adiós.-le dio un apretón de manos y salió de la tienda.
   Arthur gritó de la alegría, saltando por todos lados, sin poder contenerse por tanta felicidad.

   Al llegar a casa pensaba en la invitación que le hizo Arthur, sabía que había hecho una cosa imperdonable ante los ojos de sus padres, una cosa prohibida. Pero estaba harta de ser la hija sumisa, obediente y temerosa de un posible castigo que jamás vendría.
  Deseaba estar con gente de su misma edad, de otro ambiente, sentirse libre. Tenía claro que realmente su vida no le pertenecía ni a ella, ni a sus padres, sino a una persona ajena. Que tarde o temprano reclamaría sobre su persona, y cuando ese momento llegará no podría hacer nada.
  Mientras tanto aprovecharía tanto como quisiera su juventud. Arthur, le parecía buena persona sin malas intenciones, una persona ideal para iniciar una amistad en aquel desolado pueblo.
  Entró a la sala oscura, le pareció extraño no conseguir a su papá en las penumbras, fingiendo leer cuando es todo lo contrario, vigilando cada centímetro de los alrededores.
  Decidió prepararse algo de comer, el camino a la cocina le resulto solitario, encendió la luz, caminó a la nevera, sacó unas chuletas de cerdo junto con dos filetes colocándolas sobre el mesón. Buscó un vaso de vidrio que lo lleno con un líquido blanquecino, que se encontró en una botella en la nevera. Era leche de dragón, como se le conocía a la mezcla entre miel y leche de nueces.
  Su bebida preferida, a parte del Hidromiel. Colocando una sartén sobre las llamas de la cocina, puso la carne allí. Espero un minuto y apago el fuego, las chuletas y los filetes las reposó en un plato, sin cubiertos se lanzó sobre ella. Aún sangraban cuando le dio el primer mordisco, sus manos y su boca se ensuciaron.
  Pronto la presencia de alguien estaba en la cocina sin hacer ruido. Una mujer de mediana edad, cabello negro largo hasta la cintura, ojos verdes oliva, labios color carmín y vestida de negro.
-          Gabrielle, no te vuelvas un desastre comiendo.- dijo la mujer abriendo la nevera para apreciar su contenido.
-          Mamá, por favor.- entre pedazos de carne.
   Marie Leroix, una mujer imponente de voluntad y de presencia, con solo verla las personas sentían una especie de intimidación, incomodidad ante la mirada penetrante de esos ojos verde oliva. Con solo 35 años se puede apreciar un cabello canoso y con ojos casados, pero desafiantes a la vez. Una mujer que solo aceptaba sus propias ordenes, no soportaba un no por repuesta, una negativa ante sus caprichos y podría costarle caro.
   Su hija continuó comiendo hasta que dejo limpio los huesos de las chuletas. La joven limpió todo el desastre en el mesón, lavó sus manos y la boca. Se sentó al frente de su madre con una sonrisa, mientras esta bebía un vaso de leche.
-          ¿Qué tengo que hacer mañana?
-          Ya que te veo entusiasmada, mañana irás a Dusseldorff, a buscar un paquete para ti.- dejando el vaso a un lado.
-          ¿A Dusseldorff? - extrañada, conocía muy bien el lugar, vivió parte de su niñez en el “La Ciudad de las hadas”, reconocido por su arquitectura fantástica, similar a los cuentos de niños.
-          Si, vas a ir a buscar un paquete para ti. Como queda algo lejos llevarás ropa y Laurence te acompañará. Por mi parte iré luego.
-          ¿Me quedaré?- confundida.
-          No será por muchos días, solo tres. Estarás en casa de tu amiga Agathe.- sonrió satisfecha.
-          No me lo esperaba, hace tiempo que no voy a la ciudad, tampoco sé de Agathe. ¿El paquete es muy grande?- analizando la cara de Marie, percibía perfectamente las dobles intenciones de todo ese viaje tan repentino.- ¿Cuál es el truco?
  Marie lanzó una carcajada, mostrando su blanca dentadura. Respiró hondo, rápidamente tomó control sobre su persona.
-          Querida hija, eres muy buena captando hasta el más mínimo detalle. Lo sacaste de mí.-hizo una pausa.- Tienes razón, esto se debe a tu comportamiento, fuiste a la tienda de abarrotes para ver a ese muchacho sin mi consentimiento, incluso te citaste para verlo de nuevo mañana.
-          Si lo hice, no veo nada de malo en ello. Quiero hacer amistades con gente de mi edad, eso es normal.- viendo la expresión dura de Marie, que cada vez se hacía más temible.
-          ¿Normal?- lanzando una risita, cruzando los brazos- Tú no eres normal. Eres una Montenegro, linaje de gobernantes, predestinada para la grandeza, ser la líder junto al honorable Ludwig, de todo un territorio. Y me vienes con que quieres hacer amistad con gente tan insignificante como la de este pueblucho.
  Gabrielle hizo una mueca de disgusto por el nombre recién mencionado, había oído ese discurso desde que tiene memoria.
-           Además, ese muchacho… no me agrada para nada. Tiene intenciones contigo, y no son de amistad. No puedo permitir que te interese alguien como él. Tienes a alguien interesado en ti.
   La joven asintió molesta, no soportaba aquel inútil discurso sin sentido.
-          En cuanto a amistades tienes a Agathe, ella es tu amiga.- siguió hablando con un tono de reprimenda.
-          Mamá, lo sé pero ella está en un sitio muy lejano. Estoy cansada de oír siempre la misma cosa cada vez que hago algo, supuestamente mal, para ti. Vives advirtiéndome, sobre lo que tengo por hacer; desde que nací lo sé muy bien. Sé muy bien que estoy condenada a un futuro donde yo no elegí o me consultaron al respecto. ¡Quiero vivir mi vida!- rabiando con lagrimas en los ojos, salió corriendo hacia su habitación.

 Había trascurrido una hora. Llorando de la rabia e impotencia. Realmente estaba cansada de todo el asunto, del manejo de su vida como una marioneta, la constante vigilancia, sin descanso.
  Tomó una decisión, aunque anteriormente había jurado no volver hacerlo, escaparía de nuevo, no importaba si resultara inútil, lo intentaría hasta lograrlo, así tuviera que escapar una y otra vez.
  Limpiando sus lágrimas, tomo un bolso, lo lleno con ropa y artículos de higiene personal, un poco de dinero de sus ahorros. Espero el anochecer, cuando sus padres fueron a dormir, aprovecho y puso ropa en un bolso pequeño, y salió por la ventana. Saltando a la fría y suave nieve, observo por todos lados y corrió a la casa de al lado.

   Arthur había terminado de ayudar a sus padres a recoger la mesa. Algo cansado se despidió de sus padres y su hermana. Subió a su habitación, a oscuras, se percató de la presencia de alguien, con precaución enciende la luz y se lanza contra el intruso, arrojándolo al suelo, quedando arriba de él. Este se comenzó a retorcer, Arthur se alzo viendo al extraño.
  Su sorpresa fue tal que lo asustó, viendo a Gabrielle tirada en el suelo con un bolso. Enseguida la ayudo a levantarse del piso.
-          ¿Qué haces aquí?- preguntó aún incrédulo.
-           Lo siento por entrar de esta forma a tu casa, pero estoy en una situación desesperada, no sabía a quién recurrir. Si te molesto entonces me iré.- apenada, su mirada se encontraba perdida en el suelo.
-          No te vayas. Dime que necesitas.
-          Necesito un lugar donde quedarme, estoy huyendo de mi casa, tengo que ir a un sitio lo más lejos posible.- dijo sin mirarlo.
-          ¡Caramba!, me tomas fuera de lugar, pero ¿Por qué lo haces?- llevándose las manos a la cabeza.
-          Son tantas cosas, que no daría tiempo a decírtelas todas, necesito salir enseguida de este pueblo.
-          Mmmm… si es así… Conozco un lugar donde puedes quedarte el tiempo que quieras. Te puedo llevar ahora mismo.- sonriendo.
-          Gracias, te debo una.
-         Voy a buscar las llaves del carro.- dijo saliendo del cuarto.