Sus huellas marcaban la
gruesa capa de nieve, el caminar de por si es difícil. La ventisca arrecia, con
la mano izquierda trata de protegerse el rostro, un grueso abrigo de piel la
cubre, guantes cuatro tallas más grande a la de ella. Botas igualmente de
grandes hechas de piel de venado, pantalones gruesos, y una bufanda cubre todo
el cuello hasta la nariz.
A pesar del frío gélido no siente
escalofríos en su cuerpo. Ella percibe la cercanía de un pueblo, sus sentidos
se agudizan, no hay personas en los alrededores. Imaginó que tal vez estuvieran
refugiándose del fuerte frio. Una inesperada tormenta de nieve apareció,
bloqueando la visión de la joven. El viento sopla contra su cuerpo, impidiendo
el paso, cada vez es más pesado caminar. Con una asombrosa voluntad logra
avanzar rápidamente, las casas están ya próximas.
Los copos de nieve se metían en los ojos,
evitando que entrara más decidió cerrarlos, para solo guiarse con el oído y el
olfato. Escuchando a través del rumor de la ventisca, logró reconocer el sonido
característico sonido de leña arrojada a la chimenea, reconoció la casa donde
se realizaba.
Con paso apresurado entró al pueblo de Schnee
una localidad rural ubicada en las profundidades del bosque “Den Grünen Gott.”; las
casas eran de construcción tradicionales de maderas, pintadas de color blanco,
las vigas visibles de color negro, el techo de tejado marrón. Alineadas una al
lado de la otra, en dirección a la única calle del lugar, que asciende hasta la
pradera camino al bosque.
La población comprende un número menor de 70
personas, las cuales lo conforman diferentes familia, que llevan viviendo allí
muchas generaciones.
La joven recorría la calle en dirección al
prado, la nieve se acumulaba más y más en el camino, las casas están cubiertas,
ni un alma se divisa en el poblado.
Ella pronto llegaría a casa, la vio
enseguida, era la más grande de todas, de tres plantas y con un jardín amplio,
colorido en primavera, cálido en verano, deleitante en otoño y acogedor en
invierno. De la propiedad cercano salió un adolescente de su misma edad, solo
iba cubierto por un delgado abrigo y pantalones pegados al cuerpo.
La chica lo saludo con un gesto de mano.
-
Hola, ¿Cómo estas, donde has ido? – se acercó
el chico.
-
Fui a Badán, mis padres necesitaban enviar un
par de cosas, no confían en nadie para esas cosas.- sonrió.
-
Gabrielle, me gustaría que saliéramos un día
de estos, ¿qué dices? – apenado, con la mano izquierda rosaba su cabello negro
azabache.
Ella no dijo nada, frunció los labios,
pensaba en todas las cosas que podría tener que hacer en aquellos ocupados días.
-
Arthur,
me encantaría, es cuestión de que concretemos un día de estos. – no quería
decepcionarlo, había rechazado tantas invitaciones de su parte que perdió la
cuenta.
Emocionado el abrazo con todas sus fuerzas,
la podre chica quedó sin aliento, chilló, él la soltó en el acto, tosió, con
fuerza. Arthur se disculpó, ella no le dio importancia.
-
Entonces,
¿Qué tal mañana? – sonrojado, no pudo contener una enorme sonrisa.
Gabrielle Montenegro asintió.
-
Te iré a
buscar al atardecer.- Salió corriendo hacia su casa, cerrando la puerta de un
portazo.
Gabrielle siguió su camino a la casa
próxima.
Una vez adentro, la joven era esperada por su
padre. Leía un libro grueso, sentado en un antiguo mueble de madera junto al
candelero de la esquina cercana una ventana que da al jardín.
-
Querida,
¿qué te dije? – sin apartar la vista del libro. De cabellos canos, piel blanca,
alto y elegante; la partícula de luz proveniente de la farola atravesó sus
anteojos de medialuna.
-
No
distraerme por el camino cuando tengo tareas que hacer – refunfuñó cansada.
Laurence hizo una mueca de aprobación. Luego
de aburrirse del libro, lo dejo a un lado, sin levantarse del mueble la observo
con detenimiento.
-
Estas en
lo correcto, ¿por qué no lo aplicas? – alzó la ceja derecha.
-
Solo me
saludo un momento, eso es todo. – explicó sin ánimo de seguir la conversación.
-
¿Y seguro que rechazaste la invitación a
salir? – su mirada se tornó suspicaz.
Ella no podía
ocultar nada a su inteligente y analítico padre.
-
Sabes
muy bien que acepte salir con él mañana. Será solo una salida de amigos, no
sucederá nada de nada.
-
Deberías
de dejar de darle ilusiones al pobre muchacho, no querrás romperle el corazón
de una manera tan cruel.
-
Nunca le
he dado esperanzas de ningún tipo – suspiro, estaba harta de siempre la misma
conversación de casi todos los días.
Laurence aferró sus
dedos a la barbilla, de manera pensativa.
-
Eso
espero. No soy tan condescendiente como tu madre, te sugiero que ni le
devuelvas el saludo, no quieres que te vuelva a recordar la responsabilidad que
tienes… - silenció.
-
Lo sé,
no me lo eches en cara cada vez que me ves, sé de memoria lo que tengo por
hacer – sentenció molesta.
Gabrielle, con paso firme se dirigió a su
habitación en la segunda planta. Las escaleras las sentía cada vez más
molestas, largas cuando discutía con alguno de sus padres. No era la primera
vez, desde que se mudaron a Schnee no le permitían las amistades con chicos de su edad,
pocas eran sus conversaciones con personas fueras del entorno familiar.
Entró a la habitación rápidamente, cerrando
la puerta con cuidado.
El dormitorio permanecía en la penumbra de la
oscuridad, el reflejo de las luces de la calle proyectaba sombras de diversos
tamaños, haciendo trabajar a la mente, imaginando las posibles criaturas que están
esperando detrás de la ventana, se esconden en los armarios, ocultos en los
rincones de la habitación casi desierta.
Gabrielle mantiene la vista en el techo
procurando no perderse de cada detalle de ella, acurrucada en el centro de la
cama, con una almohada entre las piernas, otra bajo su nuca; piensa en muchas
cosas pero el principal de ellos no la deja cerrar los ojos. Con cierta
angustia mantiene esos pensamientos alejados por un momento repasando las
tareas del día siguiente.
Sus parpados se niegan a cerrarse. La discusión
con su padre, volvió a reabrir un asunto ya sepultado y casi olvidado, se
rehusaba a mantener el asunto a flor de piel, aunque sin querer estaba presente
en cada instante como un recordatorio de un futuro ya determinado por manos
ajenas a ella o a su voluntad.
Un estremecimiento la tomaba, sin soltarla,
deseaba tanto poder hablar del asunto con sus padres, pero sabía que eso
acabaría en una fuerte pelea sin ganadores, ni derrotados solo con una enorme
impotencia en el alma y una herida onda en lo más profundo del ser que mataba.
Muchas veces logró escaparse de su casa, cosa
que nunca sirvió de mucho, siempre la encontraban a los dos días ayudados por
Él, no le simpatizaba mucho, recordar las ocasiones en que creyó haber
conseguido la libertad, la cara de satisfacción de aquel hombre – mejor dicho
bestia – le retorcía las entrañas del cólera, consiguiendo la aprobación de los
padres molestos por la rebelde hija adolescente. Al ver los intentos fallidos,
desistió de poder salirse con la suya, con ese ser jamás lo conseguiría, ni
huyendo al fin del mundo.
Dolida no siguió recordando. Sin moverse, logró que los efectos de la somnolencia
por fin hicieran su efecto. Se recordó a sí misma “mañana será otro día “, lo repetía
cada noche como un mantra. Nunca le agrado la idea de llevarse a la cama
pensamientos negativos y más si le causaban un gran malestar.
Cerró los ojos para esperar el nuevo
amanecer, un nuevo día sin que lo supiera sería muy ajetreado.
Arthur Becker vigilaba atentamente las botellas
de zumo de naranja siendo colocadas en los estantes inferiores cercanas a la
puerta principal. No puede pensar en la caja de jugo que sostienen sus brazos,
sus reflexiones van orientadas a una persona, imagina cosas que pueden o no
ocurrir aquel día. Gabrielle lo ocupa sin querer, se sonríe de solo pensar en
ella.
Durante mucho tiempo estuvo tratando de
invitarla a salir. Desde que la familia Leroix llegó al pequeño pueblo casi
olvidado, que no está en la ruta de los turistas; al principio no entendía la
decisión de esas personas al cambiarse a esa “aldea de campesinos” tan aislada,
luego la conoció a ella y fue como si un rayo lo atravesara. A partir de ese
día intentó cualquier método para entrar en contacto con ella, desde regalos a
los nuevos vecinos hasta invitaciones a las reuniones a los festivales de
temporada que se celebran en la provincia.
Ninguna fue bien recibida por los Leroix,
sobre todo de los padres, que trataban a todos con indiferencia y frialdad. La
hija del matrimonio se mantenía reservada, siempre saludando con timidez a los
demás con un poco de rapidez. Con frecuencia salía del pueblo, quien sabe a
dónde, y retornaba a Schnee bien entrado el atardecer.
Arthur estaba al pendiente de cada
movimiento de la excéntrica familia, tanto en su casa como en la tienda de sus
padres. Ahora no cabía de felicidad al ser aceptado por Gabrielle, esperaba con
muchas ansias.
La emoción hizo que recogiera la basura,
acomodo cada estante del negocio, limpió las ventanas y vitrinas con mucho
esmero. Quería estar desocupado para la media tarde; aunque no sabía si la
joven se encontraba en el pueblo, no la había divisado en toda la mañana,
esperaba que no lo dejara plantado.
La tienda de abarrotes pronto dejo de
recibir visitantes, la soledad era la única acompañante de Arthur, que aburrido
manoseaba los duraznos de la canasta en la caja registradora. La tarde llegó
sin ninguna novedad; los ojos del joven no se apartaban del reloj de la pared
del frente. En ese momento la campana de la puerta suena, abriéndose se adentra
en la tienda una joven cubierta por gruesos abrigos de piel.
Ella lo saluda, pero él no le presta
atención, piensa que es una clienta más. Gabrielle se acerca al mostrador, con
la mano derecha la pasa frente a los ojos del chico. Saliendo del trance, ve a
todas partes, ella lo saluda de nuevo, Arthur apenado se sonroja. La joven se
ríe divertida, sin mucha demora se pone seria de nuevo.
-
Hola,
Arthur ¿me esperabas? - dijo viendo los manoseados duraznos.
-
Si, pensé
que habías olvidado mi invitación a salir. – tratando de calmarse.
-
No, es
que tuve que hacer un par de cosas. Mis padres tienen una lista muy larga de
pedidos. – recordando lo hecho ese día.
-
Déjame
cerrar la tienda para salir. – emocionado, se quitó el delantal.
Gabrielle lo detuvo tomándolo de la mano, él
tembló un poco.
-
Es mejor
quedarnos aquí, te ayudaré a atender el negocio. – con una mueca en el rostro,
simulando una sonrisa.
-
¿Por
qué?
-
Quiero
verte trabajar. – mintió, no deseaba bajo ningún concepto ser vista por sus
padres u otra persona.
Él asintió, sabiendo que algo pasaba con
ella. No desecharía la única posibilidad de estar por lo menos unos minutos a
su lado. Forzó una sonrisa, aceptando quedarse en donde estaban.
-
Hoy no
hay muchos clientes, estarás aburrida. – le advirtió, para ver si la joven
cedía un poco.
-
No importa, he tenido muchas emociones por el
día de hoy, solo quiero relajarme antes de volver a casa. – bajo la mirada,
llena de resignación mezclada con la acostumbrada impotencia.
Arthur
no supo qué hacer en ese momento, se le ocurrió abrazarla. Gabrielle vio sus
intenciones y se alejó al otro lado de la tienda. Avergonzado finge no haber
pensado en ello.
Los dos hablaron de cosas superfluas, sin
tocar un tema serio; el tema del clima lo desgastaron hasta el cansancio. El no
quería preguntarle sobre su vida privada, aunque su curiosidad lo molestaba
cada minuto que pasaba, hasta que tuvo el valor.
-
¿Por qué
tus padres decidieron mudarse a este aislado pueblo? – pregunto apenado,
esperaba una mirada inquisidora por ella.
-
Ni
siquiera yo lo sé. – respondió pensativa. Jamás se lo había preguntado, tal vez
estaba acostumbrada a que sus padres tomaran las decisiones si consúltalas con
ella.
Arthur no quedó satisfecho con la respuesta,
se preguntaba cómo sería realmente la familia Leroix. ¿Tan temible como
aparenta o solo era una fachada para ocultar algo más?
Gabrielle se encaminó a la salida cuando el
joven la detuvo, deseaba seguir en su compañía no dejaría escapar esa
oportunidad que ella le dio al visitarlo.
-
¿A dónde vas? – fijo sus ojos color miel claros
en su rostro.
-
Es hora de
irme, mis padres pronto llegaran, es tarde.
-
Bueno si
es así…- entristecido, quería compartir unos minutos más con ella- ¿Nos veremos
otro día?
Gabrielle asintió. Le daba lástima tener que
dejarlo, sabía que ese encuentro no fue para nada de provecho, sin cosas de
verdad para hablar y con una incomodidad presente en todo momento.
-
Arthur, me encantaría salir contigo a un mejor
lugar, y me puedes preguntar cualquier cosa, no te limites- se sorprendió a si
misma de lo que dijo.
Una sonrisa de satisfacción y emoción
dibujaba el rostro del joven, quien no oculto su felicidad, dándole un fuerte
abrazo levantándola del suelo. Avergonzado, la bajo en el acto.
-
Dentro de dos días va haber un festival en
Auslund, ¿te gustaría ir?
-
Sí, me encantaría.
-
¡Qué bien!, iremos con un grupo de amigos.
¿Tienes un número para contactarte?
-
No, somos vecinos y vivimos cerca, puedo pasar
por tu casa mañana y me dices todos los detalles. ¿Te parece?
-
Claro, con gusto o puedes venir a la tienda,
si se te hace difícil ir a mi casa.- aún sin creer que lo había
aceptado para ir.
-
Bueno, yo
me voy, mañana paso por aquí para organizar la salida. Adiós.-le dio un apretón
de manos y salió de la tienda.
Arthur gritó de la alegría, saltando por todos lados, sin
poder contenerse por tanta felicidad.
Al llegar a casa pensaba en la invitación
que le hizo Arthur, sabía que había hecho una cosa imperdonable ante los ojos
de sus padres, una cosa prohibida. Pero estaba harta de ser la hija sumisa,
obediente y temerosa de un posible castigo que jamás vendría.
Deseaba estar con gente de su misma edad, de
otro ambiente, sentirse libre. Tenía claro que realmente su vida no le
pertenecía ni a ella, ni a sus padres, sino a una persona ajena. Que tarde o
temprano reclamaría sobre su persona, y cuando ese momento llegará no podría
hacer nada.
Mientras tanto aprovecharía tanto como
quisiera su juventud. Arthur, le parecía buena persona sin malas intenciones,
una persona ideal para iniciar una amistad en aquel desolado pueblo.
Entró a la sala oscura, le pareció extraño no
conseguir a su papá en las penumbras, fingiendo leer cuando es todo lo
contrario, vigilando cada centímetro de los alrededores.
Decidió prepararse algo de comer, el camino a
la cocina le resulto solitario, encendió la luz, caminó a la nevera, sacó unas
chuletas de cerdo junto con dos filetes colocándolas sobre el mesón. Buscó un
vaso de vidrio que lo lleno con un líquido blanquecino, que se encontró en una
botella en la nevera. Era leche de dragón, como se le conocía a la mezcla entre
miel y leche de nueces.
Su bebida preferida, a parte del Hidromiel.
Colocando una sartén sobre las llamas de la cocina, puso la carne allí. Espero
un minuto y apago el fuego, las chuletas y los filetes las reposó en un plato,
sin cubiertos se lanzó sobre ella. Aún sangraban cuando le dio el primer
mordisco, sus manos y su boca se ensuciaron.
Pronto la presencia de alguien estaba en la
cocina sin hacer ruido. Una mujer de mediana edad, cabello negro largo hasta la
cintura, ojos verdes oliva, labios color carmín y vestida de negro.
-
Gabrielle,
no te vuelvas un desastre comiendo.- dijo la mujer abriendo la nevera para
apreciar su contenido.
-
Mamá,
por favor.- entre pedazos de carne.
Marie Leroix, una mujer imponente de
voluntad y de presencia, con solo verla las personas sentían una especie de
intimidación, incomodidad ante la mirada penetrante de esos ojos verde oliva.
Con solo 35 años se puede apreciar un cabello canoso y con ojos casados, pero
desafiantes a la vez. Una mujer que solo aceptaba sus propias ordenes, no
soportaba un no por repuesta, una negativa ante sus caprichos y podría costarle
caro.
Su hija continuó comiendo hasta que dejo
limpio los huesos de las chuletas. La joven limpió todo el desastre en el
mesón, lavó sus manos y la boca. Se sentó al frente de su madre con una
sonrisa, mientras esta bebía un vaso de leche.
-
¿Qué
tengo que hacer mañana?
-
Ya que
te veo entusiasmada, mañana irás a Dusseldorff, a buscar un paquete para ti.-
dejando el vaso a un lado.
-
¿A
Dusseldorff? - extrañada, conocía muy bien el lugar, vivió parte de su niñez en
el “La Ciudad de las hadas”, reconocido por su arquitectura fantástica, similar
a los cuentos de niños.
-
Si, vas
a ir a buscar un paquete para ti. Como queda algo lejos llevarás ropa y
Laurence te acompañará. Por mi parte iré luego.
-
¿Me
quedaré?- confundida.
-
No será
por muchos días, solo tres. Estarás en casa de tu amiga Agathe.- sonrió
satisfecha.
-
No me lo
esperaba, hace tiempo que no voy a la ciudad, tampoco sé de Agathe. ¿El paquete
es muy grande?- analizando la cara de Marie, percibía perfectamente las dobles
intenciones de todo ese viaje tan repentino.- ¿Cuál es el truco?
Marie
lanzó una carcajada, mostrando su blanca dentadura. Respiró hondo, rápidamente
tomó control sobre su persona.
-
Querida
hija, eres muy buena captando hasta el más mínimo detalle. Lo sacaste de
mí.-hizo una pausa.- Tienes razón, esto se debe a tu comportamiento, fuiste a
la tienda de abarrotes para ver a ese muchacho sin mi consentimiento, incluso
te citaste para verlo de nuevo mañana.
-
Si lo
hice, no veo nada de malo en ello. Quiero hacer amistades con gente de mi edad,
eso es normal.- viendo la expresión dura de Marie, que cada vez se hacía más
temible.
-
¿Normal?-
lanzando una risita, cruzando los brazos- Tú no eres normal. Eres una Montenegro,
linaje de gobernantes, predestinada para la grandeza, ser la líder junto al
honorable Ludwig, de todo un territorio. Y me vienes con
que quieres hacer amistad con gente tan insignificante como la de este
pueblucho.
Gabrielle hizo una mueca de disgusto por el
nombre recién mencionado, había oído ese discurso desde que tiene memoria.
-
Además, ese muchacho… no me agrada para nada.
Tiene intenciones contigo, y no son de amistad. No puedo permitir que te
interese alguien como él. Tienes a alguien interesado en ti.
La joven asintió molesta, no soportaba aquel
inútil discurso sin sentido.
-
En
cuanto a amistades tienes a Agathe, ella es tu amiga.- siguió hablando con un
tono de reprimenda.
-
Mamá, lo
sé pero ella está en un sitio muy lejano. Estoy cansada de oír siempre la misma
cosa cada vez que hago algo, supuestamente mal, para ti. Vives advirtiéndome,
sobre lo que tengo por hacer; desde que nací lo sé muy bien. Sé muy bien que
estoy condenada a un futuro donde yo no elegí o me consultaron al respecto.
¡Quiero vivir mi vida!- rabiando con lagrimas en los ojos, salió corriendo
hacia su habitación.
Había trascurrido una hora. Llorando de la
rabia e impotencia. Realmente estaba cansada de todo el asunto, del manejo de
su vida como una marioneta, la constante vigilancia, sin descanso.
Tomó una decisión, aunque anteriormente había
jurado no volver hacerlo, escaparía de nuevo, no importaba si resultara inútil,
lo intentaría hasta lograrlo, así tuviera que escapar una y otra vez.
Limpiando sus lágrimas, tomo un bolso, lo
lleno con ropa y artículos de higiene personal, un poco de dinero de sus
ahorros. Espero el anochecer, cuando sus padres fueron a dormir, aprovecho y
puso ropa en un bolso pequeño, y salió por la ventana. Saltando a la fría y
suave nieve, observo por todos lados y corrió a la casa de al lado.
Arthur había terminado de ayudar a sus
padres a recoger la mesa. Algo cansado se despidió de sus padres y su hermana.
Subió a su habitación, a oscuras, se percató de la presencia de alguien, con
precaución enciende la luz y se lanza contra el intruso, arrojándolo al suelo,
quedando arriba de él. Este se comenzó a retorcer, Arthur se alzo viendo al
extraño.
Su sorpresa fue tal que lo asustó, viendo a
Gabrielle tirada en el suelo con un bolso. Enseguida la ayudo a levantarse del
piso.
-
¿Qué
haces aquí?- preguntó aún incrédulo.
-
Lo siento por entrar de esta forma a tu casa,
pero estoy en una situación desesperada, no sabía a quién recurrir. Si te
molesto entonces me iré.- apenada, su mirada se encontraba perdida en el suelo.
-
No te
vayas. Dime que necesitas.
-
Necesito
un lugar donde quedarme, estoy huyendo de mi casa, tengo que ir a un sitio lo
más lejos posible.- dijo sin mirarlo.
-
¡Caramba!,
me tomas fuera de lugar, pero ¿Por qué lo haces?- llevándose las manos a la
cabeza.
-
Son
tantas cosas, que no daría tiempo a decírtelas todas, necesito salir enseguida de
este pueblo.
-
Mmmm… si
es así… Conozco un lugar donde puedes quedarte el tiempo que quieras. Te puedo
llevar ahora mismo.- sonriendo.
-
Gracias,
te debo una.
-
Voy a
buscar las llaves del carro.- dijo saliendo del cuarto.